Cuaderno de abordo (Capítulo I )

No lo había hecho antes con ninguna chica, pero ésta era diferente.

Aquella noche llegamos a puerto tras varios meses de navegación en alta mar. Al entrar en la vieja taberna, allí estaba ella. No es que fuese una chica demasiado sexy, pero tenía su encanto. Y de una cosa si estoy seguro, sería un buen grumete para nuestra próxima travesía.

He navegado muchos miles de millas marinas buscando tesoros aquí y allá, pero el verdadero tesoro lo hallé aquella misma noche, en la taberna del “tuerto”, en los ojos de aquel grumete con cuerpo de mujer y alma de sirena.

Estuve de acuerdo con ella desde el momento en que decidimos embarcarnos en un viaje desconocido a la vez que maravilloso. Zarparemos, como ella bien dice, hoy mismo. ¿Por qué esperar a mañana?, ¡Puede ser tarde!, ¡Hasta yo mismo me sorprendí!

El barco lo llamaremos “PRESENTE”, porque hoy y solamente hoy existe. ¡Mañana!, mañana puede ser tarde.

Siempre que he zarpado, he soltado amarras de mi velero y he dejado la tierra firme atrás, pero nunca fui sin equipaje. Hoy sí, zarpo con mi grumete hacia ningún lugar y sin equipaje, pero el rumbo es tan atractivo como certero.

¡ATENCIÓN GRUMETE! ¡LEVA ANCLAS! ¡ZARPAMOS!

Quiero viajar y descubrir

Quiero sentir 

Desde el momento en que le vi ya intuía que le conocía, que le admiraba, que sería el maestro perfecto para saciar todas las ansias de aprender que llevaba dentro.

El Capitán  estaba siempre cerca de mí, pero al mismo tiempo a millas y millas de mis expectativas, de mis sueños.

Aquel día, cuando entró en la taberna del tuerto, le pude ver con otros ojos, descubrí al hombre sabio, emprendedor, luchador, impredecible, desde ese preciso momento supe que teníamos muchas cosas en común.

Durante los primeros instantes en que le observé, pude verle por dentro, pude ver su alma limpia, su sensibilidad, su ternura y su gran conocimiento sobre la vida y el como vivir. Esos instantes hicieron mella en mí, aún más que todo el tiempo en el que ambos pasábamos desapercibidos uno del otro.

Escuché que mantenía una conversación con el tabernero, le decía que estaba cansado de surcar siempre los mismos mares, cansado de ir siempre a los mismos puertos buscando un tesoro que jamás encontró.

Noté en él la necesidad de emprender una nueva aventura, desde la ignorancia que aún le quedaba, a la sabiduría plena que estaba consiguiendo.

Me lo pensé muy poco hasta que me atreví a proponerle ser su grumete en un nuevo viaje, un viaje donde ambos encontraríamos un tesoro acordé con nuestras necesidades en ese momento.

Al principio pensé que ese viaje le ayudaría a salir del círculo vicioso de sus antiguos rumbos, en el fondo yo también lo necesitaba.

Por un momento pensé que la respuesta sería no. Un Capitán  como él, con un Grumete como yo. Sin duda sabía que tenía mucho que aprender, sabía que tenía que poner los cinco sentidos en cada instante a su lado, en cualquier momento una lección nueva saciaría mi ego por aprender.

Me sorprendí tanto como él cuando recibió mi propuesta, la respuesta fue sí. No sé que sentía en esos momentos, un frío poco común recorría mi cuerpo haciéndome notar todas mis extremidades.

Sabía que ambos conseguiríamos tesoros de incalculable valor. Aunque sin darnos cuenta ya teníamos parte del principal, el de LA CONFIANZA. El confiaba en un Grumete desconocido, además de ser de su sexo opuesto, y yo confiaba ciegamente en un Capitán  que quizás solo era posible de imaginar en sueños.

Cuando escuché que mi capitán, ordenaba que levara anclas, sentí un poco de miedo por este reto que llevaríamos los dos a cabo.

Enseguida la tranquilidad me inundó, sabía que a su lado no tenía nada que perder, al contrario.

Una mano sobre otra tiré de las anclas hasta tenerlas totalmente en la superficie. La embarcación era mixta, de velas y remos. El viento era incapaz de llevarnos a ningún sitio, de modo que nosotros tomamos los remos, siendo los principales culpables de cual sería nuestro destino en las próximas horas.

A bordo del velero EL PRESENTE los dos remábamos pletóricos de ilusión, de entusiasmo, remábamos con la misma fuerza que sentíamos tales sentimientos.

Pronto dejamos el muelle del pueblo atrás, el mismo que dos horas después apenas podíamos distinguir con nitidez.

Ambos éramos conscientes de que habíamos dejado atrás parte de una vida individual, de una vida pasada. Habíamos zarpado, con el único equipaje que nunca podríamos dejar atrás, nuestras ideas, nuestras inquietudes, vivencias, ilusiones y nuestros fracasos, viajaban con nosotros ocupando la parte de nuestro cuerpo que les correspondía, la mente y el corazón.

Nuestra búsqueda interior había comenzado en un buen lugar, en esa gran masa de agua salada que se extiende sobre la mayor parte de la superficie terrestre, “el mar”.

Flotábamos en el agua cristalina del mar, abiertos con el alma y el espíritu a todos aquellos tesoros que pudiésemos encontrar a lo largo de nuestra travesía juntos.