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Aún recuerdo la primera vez que vi un faro, me quedaba clipsada viéndolo brillar mientras la sensación de paz que me invadía era extrema, me inspiran protección, seguridad, alardean majestuosos frente a la fuerza del mar, le plantan cara al temporal y pese a ello permanecen allí, erguidos, refugiando a las olas de los fuertes vientos y tempestades.
Quien fuese como ellos para plantar cara a todos esos miedos que sentimos y que la mayoría de las veces nos condicionan de tal modo que no podemos avanzar.
Afortunados todos los que poseemos grandes faros que iluminan y guían nuestras vidas, que hacen de brújula en nuestro navegar diario y que nos dan esa seguridad y fuerza que necesitamos, esos que hacen brillar nuestra autoestima e iluminan el camino interior que debemos seguir.
Somos como esas tantas olas que se quiebran en la orilla y desaparecen cuando el mar las pone a prueba, sin embargo hay que sacar fuerzas para continuar, para resurgir y retomar ese sentido que tiene nuestra vida y que nos lleva a ser parte de ese mar de la vida.
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