A las doce de la mañana, mi Nana
entró en mi cuarto para despertarme, el insomnio de la noche anterior había
conseguido que se me pegaran las sábanas.
-¡Vamos Laura!, son casi las doce.
Estaba tan exhausta, que no le estaba
haciendo aprecio a las palabras de mi Nana, de modo que giré mi cuerpo hacia un
extremo de la cama, donde ni siquiera un murmullo pudiese estremecer mi sueño,
sin poder evitarlo, cerré de nuevo los ojos.
Nadie me conocía mejor que mi Nana,
optó por levantar las persianas del dormitorio, mientras, volvía a animarme
para que me levantase.
-El sol reluce espléndido, el mar está más tranquilo que ayer, el viento
te invita a dar un paseo por el jardín.
Escogió su último recurso y me
susurró al oído.
-Javier está con Niebla.
Di un salto de la cama tan rápido
como pude, presa de los nervios logré vestirme y arreglarme burlonamente el
pelo mientras bajaba las escaleras. Me apresuré hacia las cuadras, allí estaba,
llorando como un niño mientras confiaba sus inquietudes a mi potranca.
Quedé inmóvil junto al marco de la
puerta central y con el sentido del oído bien agudizado, intentaba escuchar lo
que Javier contaba a Niebla.
-¿Sabes Niebla?, No nos conocemos de nada, no
te he visto antes, nunca te he montado, te confieso que me dan pánico los
animales como tú, pero me inspiras confianza, tanto que me apetece hablar
contigo, ¿estás de acuerdo?
Niebla contestó con un gruñido y
avanzando hacia Javier, quedó quieta, mientras él se comunicaba con ella.
Me
gustaría encontrar la felicidad de nuevo, no me arrepiento de nada de lo que he
vivido, cuando me marché me asustaba la idea de lo desconocido, no sabía donde
iba ni lo que me encontraría. Me armé de valor, la ilusión tan grande que
sentía en aquel momento mezclada con el entusiasmo de todo chaval de mi edad,
me empujaron a marcharme.
Al
llegar a París estaba perdido, añoraba el cariño de Laura, de tío Fran y hasta
los cuidados y las atenciones de Nana, ellos han sido una gran familia para mí.
Mamá
me abandonó desde pequeño, ansiaba la aventura, lo prohibido, los retos
difíciles, creo que en eso salí a ella, aunque me abandonó para cambiar de
vida, no la culpo, quizás la culpa fuese de papá, bebía y bebía hasta el
cansancio, lo malo es que nunca se cansaba, aún recuerdo cuando me pegaba sin
motivo alguno: sus ojos sobresaltados, su lengua estropajeada no podía evitar
trabarse cada vez que me mandaba a mi cuarto. Su cuerpo, vacilaba al andar de
un lado para otro de la casa sin tener claro donde se dirigía, deambulaba desde
que se levantaba hasta que se acostaba.
Su
despreocupación por mamá y por mí, o tal vez, su inconfundible olor a alcohol,
hicieron que mamá se decidiera a emprender una aventura que tal vez en
condiciones normales, nunca se hubiese planteado.
Nunca
conocí a papá, sabía que era mi padre porque vivía con nosotros en la misma
casa, porque mamá me lo dijo desde muy pequeño, me acostumbré a verle todos los
días al levantarme. Mamá me enseñó a llamarlo papá, a convivir con el, pero
nunca logré conocerlo realmente, nunca confié en él, nunca pude sincerarme con
él, decirle lo que pensaba, como me sentía, nunca pude demostrarle mi
impotencia ante tal situación, tampoco mis angustias. Era víctima de sus
enfados que evidentemente, descargaba conmigo, no podía llorar delante de él.
Me daba miedo mirarlo a la cara, no podía reconocerle, se abalanzaba sobre mí
para descargar su furia por algo que había hecho o imaginaba que podría hacer.
Sin embargo, cuando papá se dormía, iba a su cuarto a hablar con él, aunque no
se enteraba de nada, lloraba a su lado casi en silencio pidiéndole perdón por
algo que nunca pude entender, aprovechaba sus ronquidos para poder darle el
beso que cuando estaba despierto no me atrevía a darle, luego cogía la botella
vacía de su mano y la tiraba a la basura con tal genio, que la rompía en mil
pedazos.
Recuerdo
a mamá antes de marcharse, siempre estaba llorando por todos los rincones de la
casa, mientras tanto papá dormía, ahogado en el alcohol que había ingerido.
Aquella mañana en que mamá se fue, me dejó una nota que siempre me acompaña:
-Esté donde esté, siempre estarás conmigo.
Papá
despertó tan enojado como siempre, gritaba su nombre por toda la casa, me
pegaba para que le dijese donde se había ido, nunca entendió que yo tampoco lo
sabía, nunca aceptó que al igual que a mí, a él también lo había abandonado,
los dos la habíamos perdido para siempre.
Guardé
la nota que me había dejado mamá en mi bolsillo, junto con la certeza de que
nunca se lo diría a papá.
Aquel
mismo día vino a vernos tío Fran, el padre de Laura. Sin decirle nada a papá,
me abrió las puertas de su casa para vivir con ellos, desde ese momento sé lo
que es tener una familia, alguien que se preocupe por mí, que me escuche, que
me demuestre su cariño con un beso o con un abrazo, y no dejándome notas o
botellas vacías por la casa.
Apenas
era un niño y según tío Fran, no era nada bueno para mí construir la base de mi
personalidad, de mi ser, junto a papá.
Cuando
entré en la adolescencia decidí marcharme a París, a pesar de que se habían
portado conmigo estupendamente, siempre comprendí que no era mi hogar, formaba
parte de otro mundo en el que de algún modo u otro, me rechazaban, buscaba cariño
sin inspirar lástima o compasión.
Estuve
varias horas caminando por la ciudad. Cerca de la parada del autobús, allí
encontré a Carla, tan bella como siempre, no creía en el amor a primera vista
hasta que la conocí. La necesidad de afecto que tenía me hacía débil en todo lo
que a sentimientos se refería. Me invitó a un café y acepté, charlamos un largo
rato y luego me llevó a su oficina, estaba a pocas manzanas de donde nos
encontrábamos, me presentó a sus amigas, compañeras y al jefe, a partir de ese
momento me convertí en Javier Ferrer, todo un ejecutivo novato, que varios
meses después se convertiría en un abogado de prestigio, gracias a Carla por
supuesto.
Carla
siempre me decía que;
-Quién no arriesga, nunca ganará nada.
Con
el poco dinero que tío Fran me dio, alquilé una habitación cutre, en una
pensión macarra, de un barrio espantoso. Comencé por leer una infinidad de
libros que Carla me prestó, desde las últimas novedades en leyes, el código
penal, etc., hasta algunos que hablaban de la autoestima y el conocimiento de
uno mismo.
No
te imaginas como echaba de menos el pueblo, y ¿por qué no decirlo?, también a
mis padres, siempre iba acompañado por su recuerdo, por la necesidad de
tenerlos junto a mí.
Niebla relinchaba de vez en cuando,
como si de verdad lo estuviese comprendiendo. Mientras tanto, Javier acariciaba
suavemente su mandíbula, yo seguía escondida en el quicio de la puerta,
conmovida por la historia de Javier.
Él lloraba mientras hablaba con
Niebla, aunque, difícilmente sus lágrimas lavarían las penas de su infancia.
Con
el tiempo logré convertirme en un abogado de prestigio, mis primeros honorarios
los gasté en un apartamento modesto, a Carla le costó ayudarme a conseguirlo, de este modo, tendríamos que
vernos frecuentemente sin opción alguna a perder el contacto, no sólo nos
veíamos dentro del trabajo, sino fuera también.
Carla
era una mujer maravillosa, buena, inteligente, noble, cariñosa, comprensiva y
vital, todo lo que yo demandaba cuando llegué del pueblo.
A
medida que nos tratábamos me gustaba cada vez más, no me lo pensé mucho para
casarme con ella, fue el mayor acierto de mi vida. El día de mi boda fue un
desastre, llegué quince minutos tarde a la Catedral donde se celebró la
ceremonia, la madrina era su mejor amiga y compañera de nuestro trabajo, el
padrino era Alfredo, nuestro jefecillo, como solíamos llamarle Carla y yo. Fue
un día muy triste puesto que, mis padres no asistieron a la boda, yo los
extrañaba más que nunca. Carla me animó a invitar a papá, yo decidí que lo mejor
sería que no asistiese por su problema con el alcohol, total, ni siquiera se
enteraría de que su hijo se estaba casando. En cuanto a mamá, me hubiese
gustado que asistiese, pero nunca supe donde encontrarla, después de que nos
abandonara, en mi recuerdo se había disuelto su rostro debido al paso del
tiempo, además, la última vez que nos vimos, mi edad, era muy temprana.
Nos
casamos solos, su familia tampoco asistió. Carla se opuso a celebrar la
ceremonia solamente con su familia, insistió que si la mía no podía asistir la
suya tampoco. Estábamos solos, en una Catedral enorme en el barrio de
Notrê-Dame, nuestras voces se atrevían a resonar en el interior de esta, como
si estuviésemos en una cueva, el obispo, ella y yo.
La
nota que mamá me dejo al marchar, la misma que me acompañaba en mis días
importantes, en los juicios, en mis grandes decisiones, preferí dejarla en
casa. Ella había renunciado a la presencia de sus padres por mí, yo tenía que
renunciar a la nota de mamá por ella.
Recuerdo
de aquel día que a pesar de que nos casamos solos, de que carecíamos de
cualquier ser querido por parte de ambos, éramos felices. A pesar de la
ausencia inevitable de mis padres, de la ausencia provocada de los suyos,
éramos felices.
Estuvimos
gran parte de la noche brindando con agua sin gas. Carla respetaba el problema
de papá con el alcohol. Me acompañó absteniéndose de no probar el champán. De
madrugada fingíamos estar embriagados de agua sin gas. Carla era increíble, me
apoyaba en todo, me seguía el juego una y otra vez con tal de que dejase
escapar de vez en cuando una sonrisa, decía que era genial, a mi también me
encantaba la suya, ambos nos adorábamos.
Tras
un largo rato fingiéndonos mareados, Carla sacó su diario, era su “libro de los acontecimientos”. Ella solía
ser muy ordenada y exigente con sus cosas; su diario era como un archivador de
todos sus momentos importantes, a la misma vez, le servía de recordatorio
puesto que, “el camino que recorremos nunca más lo volveremos a andar”. Su voz
temblaba a la vez que sus manos, entonces me propuso firmar en el diario.
-Javier he de firmar en este diario, al
igual que firmé el día que encontré una buena amiga, cuando encontré mi
trabajo, cuando aprendí a montar en bicicleta, cuando me enamoré de ti. Ahora
quiero que firmes junto a mí al igual que firmaremos al tener nuestro primer
hijo/a, etc. A partir de ahora este diario, con mis ilusiones, proyectos,
aciertos, triunfos y fracasos, será también propiedad tuya.
Me
metí tanto en el papel de la historia que Carla me estaba contando que en vez
de un diario me daba la sensación de que estábamos delante del contrato y el
pacto más importante de nuestras vidas. Un pacto que me ofrecía la compañía y
el cariño de la mujer de la que estaba enamorado, yo era consciente de que me
estaba comprometiendo de por vida a cumplirlo.
Con
las manos sudorosas por la importancia del documento, cogí el bolígrafo como si
de un lastre pesado se tratase, firmé con el convencimiento y la ligereza de
que sería un sello para nuestra felicidad.
-Ya está cariño todo tuyo - le dije radiante
de felicidad, mientras bajaba la mano que portaba el bolígrafo.
-Ya tienes el 80% de mi vida pero no te
confíes señor Javier, el 20% restante te lo tendrás que ganar día a día,
esforzándote en enseñarme a ser tan especial como lo eres tú, siendo tu mismo
porque así te quiero, dejándome permanecer a tu lado por el resto de mis días
que espero sean bastantes.
Creo
que mi cuerpo temblaba aún más que cuando le di el sí quiero en la Catedral.
Estábamos
solos, recién casados, acababa de firmar un pacto con ella para permanecer y
compartir el resto de mi vida a su lado.
Nunca
me hubiese imaginado que sería ella la que lo iba a romper dejándome tan solo.
Había
luna llena, el reflejo de su luz atravesaba el cristal de la ventana y el
visillo de las cortinas del dormitorio. En el ambiente se palpaba el calor del
momento, el mismo que nos incitaba a despojarnos de la ropa. Yo ayudé a Carla y
ella me ayudó a mí, parecíamos dos niños inconscientes guiados por el instinto.
Él era nuestro único maestro.
Yo seguía junto al marco de la
puerta. Javier se había sentado en el poyete que había junto a Niebla, le
seguía contando su vida en París como si de su mejor amiga se tratase, su
rostro estaba ruborizándose, sabía que se estaba acercando a su noche de bodas,
aunque si él no hubiese querido, no se lo hubiese contado. A pesar de todo
necesitaba confiar en alguien y Niebla era la candidata perfecta puesto que,
estaba convencido de que no traicionaría su confianza, él sabía que ante todo
le sería leal y lo mejor de todo es que no le reprocharía, ni preguntaría nada.
Niebla no podía opinar al respecto, solo escuchar. Justamente lo que Javier
necesitaba, desahogarse. Aunque si hubiese sospechado por un momento que yo lo
estaba escuchando todo, dudo mucho que Niebla se hubiese convertido en su paño
de lágrimas.
Mi rostro cambió por completo, de las
lágrimas que resbalaban cuando hablaba de su padre, pasó a un toque de misterio
y morbo por saber que ocurrió en su noche de bodas, creo que si no lo hubiese
contado hubiese reventado de la curiosidad que me producía. Yo era virgen,
nunca antes me había enamorado de nadie, era justo ahora cuando algo muy
especial e inusual sentía por él aunque aún, no tenía definido de lo que se
trataba.
Acerqué mí oído aún más al quicio de
la puerta y con más entusiasmo que antes, sin hacer ruido me interesé por la
charla de Javier, él sin percatarse de mi presencia, continuó:
Fue
genial, nunca antes había sentido por una mujer lo que en esos momentos me recorría
de la cabeza a los pies, aunque Carla y yo llevábamos algún tiempo
conociéndonos nunca nos habíamos estregado el uno al otro. No nos conocíamos
sexualmente hablando, tal vez por eso la tensión aumentaba. Por un lado
sentíamos un deseo enorme de entregarnos el uno al otro, pero por otro lado
existía un miedo espantoso al fracaso, al menos por mi parte, aunque nunca me
lo confesó, también ella estaba nerviosa, temblaba en mis brazos asustada, los
dos estábamos asustados. El amor que ambos sentíamos calmaba las angustias y
los posibles fantasmas que pudiesen existir.
Quedamos
en silencio tras despojarnos de la ropa uno frente al otro, sin contacto físico
aparente, excepto las manos y la mirada que se cruzaban a mitad de camino
enlazándose. La fuerza de su mirada atraía y retenía a la mía, del mismo modo
que el agua del mar es atraída por las rocas de forma irreversible. La luz de
la luna llena nos cubría como si fuese una colcha misteriosa y natural. Me
mostraba la silueta desnuda de Carla mientras ella también podía observar la
mía. En complicidad sonreímos y afirmábamos que ambos cuerpos nos parecían
perfectos, sabíamos que ambos encajarían perfectamente en las necesidades y los
deseos del otro.
Vacilamos
un momento para después acercarnos sigilosamente, firme, pero muy
sigilosamente. El olor de su cuerpo me estremecía aún más que el tacto de sus
manos sobre mi cuerpo. Me estaba regalando las caricias de un día muy especial.
Nos besamos apasionadamente hasta el cansancio y presos del amor que sentíamos
caímos sin darnos cuenta en la cama. Para Carla al igual que para mí era su
primera vez. Ese fue el momento en el que ambos descubrimos la sexualidad, tal
vez por eso todo nos estremecía, desde el aroma de nuestra piel, el roce de
nuestras manos formando ambas siluetas,
hasta sentir la respiración del otro sobre nuestro cuerpo. Tal vez sea cierto
que el primer amor nunca se olvida, te deja marcado para siempre.
A
la mañana siguiente amanecimos enredados entre las sábanas. Volvimos a sentir
la pasión de la noche anterior, ambos por separado, nos regocijamos en el
recuerdo de lo ocurrido, corroborándolo en silencio para después afirmarlo con
miles de besos.
Nos
habíamos convertido en dos tacos de arcilla, estábamos dispuestos a ser
moldeados por el otro según las necesidades de cada cuál. Nunca pensé que nos
llevaríamos también en todo, a veces me daba la sensación de que éramos como
dos gotas de agua, estábamos hechos el uno para el otro. Sus pensamientos y los
míos se encontraban en el camino afirmándonos una vez más que coincidíamos en
todo, o al menos en casi todo.
Al
igual que entramos en el dormitorio llenos de dudas, miedos y temores, salimos
pletóricos de felicidad, seguros de nosotros mismos y seguros del amor que nos
teníamos. A partir de ahí todo en nosotros era complicidad, desde una de
nuestras miradas picaronas, a un pensamiento en común a través del cristal que
separaba nuestras oficinas. Al principio pensé que no sería buena idea estar
todo el tiempo juntos, suponía, que habría muchas más posibilidades de discutir
por cualquier cosa, pero hoy por hoy me alegro. Gracias a nuestro trabajo en
común, he compartido con ella muchas más cosas de las que el destino me hubiese
dejado en condiciones normales. Pude vencer el miedo a discutir por cualquier cosa
superficial, dejando paso solo a las riñas importantes y verdaderamente
necesarias, y lo más importante de todo, no he desperdiciado ni un solo
instante de su compañía, tampoco de nuestra vida en común. No sabes cuanto me
alegro de ello, el tiempo de estar cerca se nos estaba agotando sin saberlo.
A
los seis meses de nuestra vida en común y nuestro feliz matrimonio Carla
deseaba tener un hijo, bueno, en realidad yo también aunque ella tenía mucha
más ilusión que yo, más proyectos para él. Cuando hablábamos de nuestro bebé,
creo que Carla cerraba los ojos y podía llegar a imaginárselo. Por eso al
abrirlos y volver a la realidad de no tenerlo sus ganas de quedar embarazada
aumentaban a pasos agigantados. A veces intentaba quitarle las ganas diciéndole
que se le deformaría su bonita figura, que quizás ya no me interesaría como
mujer.
Ella
que me conocía bastante sabía contestarme lo que en el fondo estaba esperando.
Sabía que era imposible que la rechazase por quedar embarazada. Yo estaba
enamorado de su interior, de su forma de ver la vida, de su sensibilidad, de su
experiencia con todo, de su vitalidad y de sus ilusiones. Pero sobre todo, de
que para ella nunca había un día gris, aunque la tormenta pasara por su cabeza,
aunque los rayos atravesaran su corazón, aunque los truenos fuesen obstáculos
en el camino de su vida, dentro de su mente relucía el sol más espléndido que
nunca.
A
Carla le encantaba escribir de todo, desde poesía hasta un cuento, un verso,
una carta, lo que fuese con tal de dejar que su mente, sus deseos, sus
necesidades, su búsqueda interior salieran a flote a navegar por el mar de su
vida. Ella concebía la vida mucho mejor si expresaba sus sentimientos y sus
pensamientos al exterior.
Cuando
hablaba de sus emociones o de cómo se sentía su interior tartamudeaba
estropeando lo que en realidad era digno de alguien como ella, tal vez por eso
escogía la opción menos fácil, impregnaba en un papel cómo se sentía, lo que
quería, lo que le gustaría, lo que le hubiese gustado hacer. Así liberaba su
ansiedad por comunicarse junto con sus ideas.
Aunque
a veces, se comía demasiado la cabeza preocupándose de que fuesen buenas, en el
fondo no le importaba la opinión del lector, a no ser, que el lector fuese
demasiado importante para ella. A veces las guardaba junto con sus documentos a
los que consideraba importantes, otras por el contrario, si no quedaban a su
completo agrado las tiraba junto a la posibilidad de conformarse con algo
fácil. Siempre encontraba fallos en todo lo que hacía, en todo lo que pensaba,
en todo lo que sentía, eso le daba el rigor y la entereza de mejorar muchos
aspectos y algunas costumbres de su vida.
Ante
todo, Carla sabía que hay que aprovechar la vida a tope ya que no podemos saber
cuanto tiempo gozaremos el privilegio de tenerla. Ella la disfrutaba haciendo
lo que más le gustaba, la moldeaba de la forma en que más la llenaba
espiritualmente. Carla era feliz, aunque no completamente. A menudo pensaba que
actuaba incorrectamente, raras veces llegaba al listón que ella misma se
marcaba, nunca llegaba a su meta puesto que a medida que se acercaba, ésta daba
los mismos pasos alejándose de Carla.
Estuvimos tres meses soñando con el hijo que
deseábamos. Concienciándonos de que para ello debíamos propiciar bastantes
encuentros sexuales. Mi apetito sexual era elevado con lo cuál a mí no me
costaba ningún esfuerzo, en cambio para Carla, normalmente era todo un
sacrificio. A raíz de nuestra búsqueda, ella estaba más predispuesta que yo.
Después de varios meses de intentarlo Carla no podía engendrar, fuese cuál
fuese el motivo que impedía su embarazo el resultado era negativo. Me
decepcioné bastante, llegué a pensar que alguno de los dos tenía problemas para
poder tener el bebé. Pensé seriamente en ir al doctor. Tras varios días dejando
que esa idea rondara mi cabeza, ese lunes me decidí. Carla no podía levantarse
de la cama, apenas intentaba incorporarse en el suelo, se mareaba cayendo a
plomo de nuevo sobre la almohada. Como para ella no existía un día gris,
consolaba mi preocupación y la suya diciéndose a sí misma que el bebé era muy
perezoso, que no quería levantarse. Bromeaba con la esperanza de estar embaraza
y pretendía que yo le siguiese el juego.
La
subí en el coche como pude y la llevé a la consulta privada del Doctor Fuentes
Guerra, él era una eminencia como medico general. Le hizo un chequeo completo
acompañándolo con rigurosos análisis, su diagnostico fue contundente.
Carla
estaba embarazada.
Carla
no podía disimular su felicidad, a pesar de su debilidad era capaz de saltar
por los aires al recibir la noticia, yo también deseaba ese bebé, aunque su
ilusión era distinta a la mía, aún así yo era feliz si ella lo era.
Era
incapaz de controlar su fibra sensible, a la vez que lloraba de felicidad
preguntó al médico sobre el sexo del bebé. Carla pidió disculpas al darse
cuenta de que su pregunta era demasiado prematura. Se había dejado llevar por
la emoción del momento, no dejó ni un solo instante de besarme y abrazarme,
como si el resto del mundo careciera de valor para ella. El tiempo se paró para
nosotros por un instante, mientras tanto disfrutábamos de tan esperada noticia.
El doctor tuvo que toser levemente intentando llamar nuestra atención, el
intento careció de éxito alguno, tras varios intentos llamó nuestra atención
pronunciando nuestro nombre de pila.
-Carla, Javier, enhorabuena futuros papás,
espero y deseo que todo vaya bien, que todos vuestros sueños respecto a este
bebé se cumplan.
-Ya se han cumplido – contestó Carla.
Salimos
de la consulta como en una pompa de jabón, flotando en nuestra propia ilusión
fruto de una espera inmensa, paseamos nuestra dicha por la idea de ser papás,
nos aislamos de cualquier opinión pública que no fuese la nuestra. Carla de
regreso a casa lloraba de emoción, se acariciaba el vientre como si ya pudiese
comunicarse con el bebé.
No
me dejaba ni un instante, se sentía presa de un agotador cansancio que desde la
mañana la estaba invadiendo, sus ojeras le ocupaban gran parte de la cara, sus
manos estaban heladas, sus piernas no respondían como debiesen. Al llegar a
casa en desacuerdo con sus deseos, la recosté en la cama invitándola a
descansar, con el argumento de que yo la acompañaría. Quedó rendida junto a mi
cuerpo, mientras mis ojos la acariciaban, mis manos resbalaban suavemente por
su pelo. Presencié como sus ojos cansados finalmente se cerraban.
Me
sentía orgulloso de ambos, ahora estaba seguro de que no teníamos ningún
problema para poder concebir hijos, también estaba inquieto, no sabía porqué
realmente. Un extraño presentimiento se paseaba libremente por mi mente. Bajé a
la cocina a prepararme un café. El celular que se hallaba sobre la mesa del
salón comenzó a desprender su habitual melodía, me apresuré para que el ruido
no despertase a Carla. El número que se reflejaba era desconocido, dudé un
instante en descolgar la llamada, pero finalmente contesté.
Era
el doctor Fuentes Guerra, el mismo que minutos antes había examinado a Carla,
su voz se reflejaba preocupada. Me citó lo antes posible en su consulta, me
pidió que fuese solo, comprobé que Carla seguía dormida y le dejé una nota:
“Salí un momento a dar un paseo, vuelvo en
seguida, has de esperarme justamente donde estás, te tengo una sorpresa”.
Cogí
el coche que había metido minutos antes en el garaje, salí del residencial a
toda prisa dejando a Carla entre sueños, con la única compañía de un café sin
azúcar en la cocina y la esperanza de que no se despertase antes de mi regreso.
El
doctor tenía malas noticias, en las pruebas de Carla se había detectado un
tumor, no se sabía si era maligno o benigno, se hallaba en el útero, era pronto
para decirlo pero lo mejor sería provocar un aborto. El bebé estaba expuesto a
sufrir malformaciones irreversibles, lo principal era centrase en eliminar el
tumor cuanto antes. La vida de Carla corría peligro.
Paseé
un largo rato del mismo modo que le dije a Carla en la nota, intentaba asimilar
la información que había recibido del doctor, lloraba en silencio por la calle
mientras pensaba si debía o no decírselo. Por un lado el bebé y por otro su
tumor. Eran dos malas noticias. Aunque a Carla le gustaba afrontar los problemas
de frente, a pesar de la tormenta ella sabía encontrar la luz del sol.
Pensé
y pensé hasta agotar mis ideas, no sabía lo que hacer pero sabía que solo ella
podía ayudarme a superar esto, y ¿por qué no?, tal vez yo podía ayudarle a
ella. Me senté en un banco, miré el reloj que portaba en mi muñeca y que
minutos antes había ignorado, era muy tarde supuse que Carla se había
despertado. Imaginé que estaría preocupada al notar mi ausencia, la posibilidad
de que no hubiese leído mi nota cruzó por mi mente como si de un rayo se
tratase.
¡Mi
nota!, otra de las posibilidades que azotaba mi mente era que la hubiese leído,
de ser así estaría esperándome con una supuesta sorpresa ¡Dios mío, mi
sorpresa! Me acerqué a la floristería más cercana, compré el ramo de rosas
rojas más grande que había. Con él entre mis brazos volví a casa destrozado,
portando malas noticias para la mujer a la que amaba. Cuánto hubiese dado por
cambiar esas palabras que apenas me salían de la boca.
Me
la encontré despierta con mi nota en el pecho, sus pupilas estaban dilatadas,
me sonrió y me invitó a sentarme en el borde de la cama junto a ella.
- ¿Dónde estabas? – preguntó. Sin sospechar
nada de lo que tendría que escuchar – tenemos que hablar, cuando volvimos
apenas me dio tiempo, estaba tan cansada que caí rendida. Quiero darte las
gracias, gracias a ti voy a tener un hijo tuyo, no sabes lo que significa para
mí. Si es niño lo llamaremos David y si es niña la llamaremos Andrea. La cuna
la pondremos junto a la ventana, para que la luna y los rayos del sol la bañen
y la iluminen. Le compraremos mucha ropa y una motocicleta, claro si se porta
bien y estudia. Ha de ser tan inteligente y de buen corazón como su padre.
Dos
lágrimas resbalaron por mi cara, era evidente que en sus sueños se había hecho
las ilusiones que en la realidad no le había dado tiempo, al volver a casa se
había dormido. Con las manos temblorosas le di el ramo de rosas rojas, tapé sus
labios con mis dedos y la besé tan fuerte como pude.
-Calla Carla, no digas nada déjame a mí.
Deseo este hijo tanto como tú, en el poco tiempo que sé de su existencia
entiendo que puedo verlo, sentirlo entre mis brazos, observar su rostro, sentir
sus chillidos y sus carcajadas, al igual que tú, deseo firmar en el diario de
nuestros acontecimientos el nacimiento de nuestro hijo, pero…
Apenas
sentía la voz que salía de mi cuerpo, estaba quebrantada por el pánico del que
me sentía preso, aún así continué.
- ¿Ves éstas rosas?, son tus preferidas,
tienen el color más vivo que nunca. Sin duda representan la pasión con la que
este bebé fue concebido, su olor se desprende por todo el cuarto, su textura es
delicada y aterciopelada. Aunque de vez en cuando puedas tocar una de sus
espinas, son hermosas ¿verdad?
Nuestra
vida juntos es como la vida de estas rosas, recién ahora hemos encontrado en el
camino de nuestra felicidad una de sus espinas, no por eso dejará de ser
hermosa, ¿no crees?
Carla
lloraba al mismo tiempo que yo, sin darse cuenta de lo que ocurría.
-¿Qué quieres decir Javier? ¿Dónde has
estado?
- Comprándote las rosas, en la floristería
me han dicho que la tierra de donde provienen es muy fértil. Que en ella se
pueden criar cientos y cientos de rosas a pesar de que ahora está contaminada
por algún virus que no conocen muy bien. Éstas rosas que tienes en tus manos
son el primer fruto que esa tierra ha dado, puede que a pesar de su belleza, de
su aroma, de su color y de su textura estén también contaminadas, de ser así se
marchitarían antes de lo esperado.
Puede
que sus hojas se caigan muy deprisa, que su color desaparezca, puede que solo
queden las espinas.
-¿Qué
prefieres, rosas o espinas?-
- ¡Rosas!- me contestó convencida y un
brillo poco común en sus ojos me pedía encarecidamente que las devolviera.
Decía que si no estaba preparada para tener esas rosas tan deseadas entre sus
manos, esperaría el tiempo que fuese necesario, aunque sus palabras me repetían
una y otra vez que lo más importante era encontrar el virus de la tierra y
extinguirlo para que ésta no solo fuese fértil, sino, sanamente fértil, al
mismo tiempo su interior la contradecía.
Me
conmovió la entereza con la que lo aceptó y me entendió. Me abrazó mientras me
secó las lágrimas de los ojos al mismo tiempo que yo sequé las suyas. Nos
prometimos dedicarnos a la tierra contaminada, es decir a su tumor. Estábamos
de acuerdo en que si para ello había que sacrificar y renunciar a las rosas, a
nuestro bebé, juntos lo haríamos.
Una
vez extinguido el tumor, tendríamos muchos hijos más.
A
partir de aquella mañana, su vida y la mía cambiaron por completo, sobre todo
la de Carla que a pesar de su tumor, día a día se esforzaba por consolar mi
pena, mi temor y la preocupación constante de perderla para siempre.
Me
pregunto muy a menudo, ¿qué hubiese pasado si no hubiese quedado embarazada?
Tal
vez no hubiésemos vivido el resto de nuestra vida juntos con un miedo
ahogadizo, quizás el tumor nos hubiese pillado desprevenidos sin opción alguna
a combatirlo. Sin duda, todo habría sido distinto, pero sobre todo no
hubiésemos vivido condicionados a esa maldita enfermedad. Por otro lado, no le
hubiese podido dar todo mi afecto y mi cariño a marchas forzadas antes de que
ella emprendiera su viaje, dejándome completamente solo.
Al
día siguiente Carla me comunicó que quería ir al médico, iba dispuesta a
hacerse todas las pruebas que fuesen precisas, quería hablar cara a cara con el
doctor. Cancelé todas mis citas laborales y la acompañé, no la dejé sola ni un
solo instante.
El
doctor nos explicó qué clase de tumor padecía. Le hizo algunos exámenes más
para detectar si era maligno o benigno, insistió en la posibilidad de un aborto
como la mejor salida para ambos, madre e hijo. El feto estaba en el punto de
mira para sufrir malformaciones tales como, condenarse toda su vida a un pañal,
un marcapasos, una silla de ruedas o cualquier cosa por el estilo.
Carla
quedó inmóvil ante lo que estaba escuchando y sin ninguna duda aparente
contestó.
-Usted es el experto ¿no?, pues haga lo que
crea conveniente, no quiero que mi deseo condene a ningún feto de por vida.
Pase lo que pase, ese bebé siempre estará vivo dentro de mí. Lo he sentido, lo
he disfrutado, ha estado dentro de mí y eso siempre le dará el derecho de
permanecer en mi interior.
- Bien Carla comencemos cuanto antes –
replicó el doctor – estás de pocas semanas, es lo mejor para ambos te lo
aseguro.
Cuando
Carla salió de practicarle el aborto, estaba pálida, a la legua se notaba que
lo había pasado incluso peor que yo que me había comido las uñas junto con mi
angustia en la sala de espera.
-
Cariño, no te preocupes – me contestó con la voz quebrada y las manos heladas.
– Solo hemos postergado su nacimiento, no lo hemos cancelado.
Sin
duda se refería a que tendríamos otro bebé en el futuro, cuando el tumor
estuviese extinguido. Pero por dentro sabía que a esa pequeña vida que tanto
había deseado, que había existido en su vientre, le habíamos negado el derecho
a la vida. ¿Quién éramos nosotros para negarle la vida a nadie?, y mucho menos
al bebé que deseábamos con todo nuestro corazón. Tampoco teníamos derecho a
condenarle a una silla de ruedas, a una sonda, ó a cargar con un marcapasos
toda su vida. Era una decisión bastante difícil, pero según el doctor habíamos
escogido la más adecuada. Aunque nosotros opinábamos lo mismo que el, sentíamos
un desacuerdo interior al haberle privado de la vida. Probablemente si no
hubiese existido un tumor en su vientre, si ella no hubiese corrido el riesgo
de morir, la decisión hubiese cambiado. Carla era adulta, llevaba viviendo
veintiséis años, tenía sentimientos, emociones, podía sentir el dolor, la
desilusión, se podía permitir el lujo de ser un poco egoísta. El bebé por el
contrario, solo tenía dos semanas de vida, según el médico aún no estaba
formado, no veía la luz del mundo, no tenía sentidos, no gozaba del derecho de
decidir nada, solo tenía vida, la
misma que con nuestra decisión le habíamos arrebatado. Como si estuviésemos
haciendo lo correcto, como si fuésemos a vivir tranquilos el resto de nuestros
días sabiendo, que había un bebé deseado en un pozo profundo donde viviría
condicionado a posibles enfermedades, con una única salida, la de su muerte.
Carla y yo, le dimos la mano para que saliera a buscarla.
Carla
a pesar de su dolor se repetía una y otra vez, “Hemos postergado su nacimiento,
no lo hemos cancelado”, y aún cuando reía apoyando su propio consuelo y el que
intentaba darme a mí, sabía que ese bebé ya no tendría ninguna oportunidad, ya
no existía, así de simple y de complicado a la vez.
Con
la pérdida del bebé a cuestas, como el que carga un pesado elefante, seguimos
luchando contra el tumor que en pocas semanas detectaron maligno. Carla se
estaba apagando día a día como la llama de una vela que se extingue, luchaba
contra su enfermedad, contra su dolor, contra su ánimo y contra la vida que estaba
perdiendo. Se esforzaba por conservar la llama encendida, aunque su luz cada
vez era más débil.
Dejé
mi trabajo temporalmente para ocuparme de ella. El celular lo enterré en el
jardín, junto al reloj que siempre abrazaba mi muñeca. Para mí se había
detenido el tiempo, el mismo que se nos estaba agotando. Me dediqué solo y
exclusivamente a estar a su lado, a darle mi apoyo y mi cariño, a disfrutar su
compañía, a cumplir el pacto que firmamos la noche de nuestra boda.
Tras
cuatro meses de calvario en los que a Carla se le caía el cabello que tantas y
tantas veces acaricié; en los que su vitalidad se perdió del mismo modo que el
sol se pone dando paso a la noche; en los que sus besos ardían en mis labios
teniendo la conciencia que tal vez serían los últimos que me diese; en los que
nuestros proyectos cada vez quedaban más lejos, perdiéndose igual que se pierde
la vista en el horizonte. En todo ese tiempo, a Carla no le faltó la esperanza
de aferrarse a la vida. Yo al contrario que ella, tenía menos motivos para
esperar un desenlace feliz. Se deterioraba a pasos agigantados. Murió el diez
de octubre, desde entonces gran parte de mi vida murió con ella. En la mesita
de noche, junto a nuestro anillo, encontré un mensaje suyo:
“Si
te sientes solo y perdido en un mar de dudas.
Si
el agua limpia y pura es incapaz de aclarar tus preguntas.
Pon
tu vista en el horizonte, verás que nuestro amor perdura.
Siempre
estaré a tu lado, aunque nuestras vidas no estén juntas.
Sigue
siempre adelante, no te rindas jamás.
No dejes
de ser tu mismo aunque te sientas fatal.
No
temas enamorarte, tu vida te ayudará a retomar.
¡Recuerda!,
no hay días grises si el sol puedes tocar.”
NUNCA
OLVIDES QUE EL RECUERDO ES OTRA FORMA DE AMAR.
Siempre
te querrá, Carla.
No
podía beber ni un vaso de leche, no tenía fuerzas para abrir sus ojos al
completo. Antes de que sus manos se acercasen a mi cara, caían desplomadas por
el peso. Sin embargo, dedicó su último aliento a escribirme un mensaje, a
despedirse de mí, tal vez ese sea el motivo por el que lo memoricé y lo
arrastré conmigo en este naufragio en el que estoy perdido, del que quizás no
salga jamás. Aunque, al igual que ella pienso dedicar todas mis fuerzas para
dejar estos días grises en los que me siento sumergido, quiero tocar el sol con
la palma de mis manos.
Yo seguía junto a la puerta, lloraba
como una chiquilla. Niebla notó mi presencia, relinchaba afectada por la
historia de Javier. Él seguía sentado en el muro de la cuadra con los ojos
inundados por su dolor y su impotencia. Al fin me animé a salir a su encuentro,
sequé mis ojos con la camiseta que llevaba puesta, pasé mis manos por mi cara
para limpiar las lágrimas que por ella habían corrido y me dirigí al interior
de la cuadra. Javier quedó atónito cuando me vio, supuso que había escuchado su
conversación con Niebla y aunque acertó en suponerlo, yo se lo negué. No quería
que se sintiese avergonzado, aunque se notaba que había llorado tanto como él. Sentí que los lazos que me unían a el se apretaban con más fuerza.
La semana que viene, Capítulo III
La semana que viene, Capítulo III
Javier y su travesía de amor,
ResponderEliminarJavier y su calvario de dolor,
Javier y su interioridad explayada ante la mudez de Niebla,
Javier y su recuerdo de Carla que le hace estremecer,
Javier y su mundo pasado y contado en silencio ante sigilosos oidos de Laura,
Javier y sus ganas de retomar aquel sol que no pudo detener...
Estremecedora historia
Enhorabuena Amparo
Un abrazo
Querido Genessis, gracias por volver y por enredarte en mi novela, porque se trata de dejarte atrapar en sus sensaciones y sentimientos como yo me deje en su día, Javier no esta pasando una buena etapa en su vida, con la perdida de Carla aflora la inseguridad y los miedos, los recuerdos gratos bombean su mente haciéndole sentirse francamente mal por todos esos momentos que escaparon junto a ella y no podrán recuperar.
EliminarLaura intentara darle un ápice de energía, y quien sabe, tal vez puedan retener el sol juntos.
Gracias por tu comentario, me ha encantado, Amparo
Una historia dentro de la historia,quizá mas intensa que la del trasfondo y que probablemente,se fundirá en la segunda; la de Javier.
ResponderEliminarBesos.
Mi querida Marinel, me alegro de volver a verte por mi refugio, porque este blog que empezó como un reto pequeñito, se esta convirtiendo en un reto muy pero que muy deseado, compartir con mis lectores mi esencia, lo que soy, desde la mas mínima ilusión hasta el mas grande de mis sentimientos, estoy encantada de que estés entre mis lectores, gracias por ello.
EliminarEn cuanto a tu comentario he de decirte que lo has captado perfectamente, efectivamente es una historia dentro de la historia, necesaria para poner a Laura al día de todos esos sentimientos y confusión que emergen actualmente en el interior de Javier, si hay alguien que podía entenderle sin juzgarle, sin reprocharle nada, esa era Niebla sin duda alguna.
Un beso enorme, Amparo
Entrañable relato, lleno de hermosos y tristes episodios, de los que compone la vida misma.
ResponderEliminarAbrazos alados!
Bienvenida Diana, efectivamente mis relatos son experiencias cumplidas y por cumplir que van rellenando poco a poco el libro de mi vida y seguramente muchos de mis lectores se han identificado en alguna pagina de ese libro que hay que vivirlo para entenderlo y valorarlo.
EliminarEspero verte en próximos capítulos.
Me encanta tu avatar, las mariposas son mi debilidad, una de tantas, porque tengo bastantes.
Un abrazo, Amparo
Hermoso relato!! Quedo a la spera del proximo capitulo.
ResponderEliminarMi querida Marilyn, que decirte, eres mi primera lectora y sigues fiel a mis palabras, mi corazón solo expresa gratitud a tu permanencia entre mis relatos y una enorme alegría de ver que lo estas disfrutando.
EliminarPor supuesto que tendrás el próximo capítulo, espero te guste tanto como los anteriores.
Un abrazo, Amparo
Hola Amparo:
ResponderEliminarTerriblemente desgarrador el sufrimiento de Carla y Javier ante la perdida del hijo soñado. El detallismo que le has impuesto al relato, la analogía de las rosas y tu convalecer de palabras acompañando el convalecer de Carla hacen de esa historia de amor un acto de tragedia que nos abraza al leer y nos ahoga desde el nudo impuesto en la garganta.
No se si te lo dije se me hace una película de los años 60. Esas que despedían espectadores con húmedos ojos.
Ansioso a la espera del próximo.
Un abrazo grande
Bueno Daniel encantada de tenerte por aquí de nuevo, así es, una historia desgarradora que ahonda en los sentimientos de Javier, que destruyen castillos que quedaron en el aire... partiendo de ese dolor, intensificara lo que le ocurra de ahora en adelante, se acurrucara a los rayos del sol que Laura le ofrece.
EliminarMe alegra que lo hayas sentido tal cual, porque tal cual quise transmitirlo.
Un gran abrazo mezclado con el perfume embriagador de una de esas rosas.
Querida Amparo, he leido los dos capitulos, casi no puedo comentar ahora, me ha esremecido
ResponderEliminarLlevas el relato maravillosamente
Espero el proximo capitulo
Un abrazo
Querida Lapislazuli, gracias por tu llegada a mi blog y por tu comentario, me alegro que te hayas sumergido en mi historia y que hayas disfrutado de ella...
EliminarNos vemos en el próximo capítulo, gracias por tu valoración.
Un abrazo
Amparo gracias por tus amables comentarios. Tu relato es bellísimo, de principio a fin... me ha encantado ese halo de reflexión que muestras, dibujando imagenes bellas y melancolicas a la vez
ResponderEliminarBuen miercoles Amparo
Querida Rosa, para mi es un placer visitar tus reflexiones que sin duda nos hacen el camino mas liviano, en cuanto a mi relato, me encanta que te haya gustado, es sin duda un capítulo conmovedor que ahonda en los sentimientos de Javier, pero a veces es necesario llegar al fondo para descubrir de lo que somos capaces.
EliminarTe deseo un feliz miércoles a ti también, Amparo
Querida Amparo, he estado leyendo detenidamente este capítulo, al igual que el anterior y ¡hay que ver cuánto me engancha!.
ResponderEliminarEres increíble relatando y dejando al lector enganchado con tu obra.
¡Felicidades y mil gracias!.
Muchos besos. Rosa.
Querida Rosa, gracias por tu valoración sobre mi relato, te sube el animo saber que gente que no conoces pueda interesarse por eso que tienes que contar, gracias por sacar un ratito para estar conmigo y gracias por tu perseverancia en disfrutar de mis palabras y mi forma de sentir.
Eliminar!Me alegro que te enganche!
TE espero en el capítulo 3, esta semana lo colgare antes porque marcho de viaje a Francia unos días, quiero dejaros acompañados de mis palabras.
Muchos besos, Amparo
Cuanta tristeza la de Javier y no es para menos, perder de esta manera un amor con todas las menciones de llamarse amor. Tendrá que nadar bastante entre sus lagrimas para poder reponerse. Niebla con la sensibilidad de los animales, le hará la compañía necesaria del silencio, porque de la mano de Laura podrá comenzar a transitar.
ResponderEliminarMe gusta la historia.
Eso si, ten paciencia, para mis comentarios. :)
Un abrazo.
Gracias por tu comentario Cecy, me encanto la síntesis de su contexto, la paciencia es una de mis virtudes, es donde se consiguen los mejores momentos nuestra vida, esperando a que ocurran....efectivamente Javier podrá transitar de la mano de Laura, no te lo pierdas en los próximos capítulos.
EliminarUn abrazo, amiga.
Estoy estremecida, triste pero el ver la fuerza de Javier me ha conmovido mucho, voy por el III capítulo..... mil gracias Amparo por tus visitas y por tus comentarios.... besos :**
ResponderEliminarMe alegra que te guste Patty, gracias por disfrutar mientras lees a mi lado, muy dentro de mí, jejej
EliminarBesos
Una hermosa historia de amor. Carla fue una gran vividora. Ama la vida y el amor. Pero al final su llama se apagó. Muy triste pero me ha encantado. Besos
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