“Había una vez un tornillo muy sabio…..
Era de media estatura, cabeza proporcional a su cuerpo, ranuras bastante acentuadas formando una rosca en espiral que ocupaba gran parte de su cuerpo, vivía en el cajón derecho de la tercera estantería de una ferretería antigua, el dependiente de ésta, lo sacaba y lo metía diariamente con la idea de venderlo si encajaba en alguna tuerca que visitara el establecimiento con algún cliente, pero al igual que el dependiente lo sacaba, volvía a meterlo pues no encajaba con ninguna tuerca. Aquel día la vida del tornillo cambió, al sacarlo del cajón resbaló de las manos del dependiente y calló al suelo asestándose un gran golpe en la cabeza, al recobrar el conocimiento que minutos antes había perdido a consecuencia del golpe, notó que el dependiente ignoraba su caída, por lo tanto había cambiado su acogedor cajón por el frío suelo del establecimiento.
A la mañana siguiente amaneció bajo el ticket de algún cliente despistado, el cual le había servido de cobijo durante la noche, de pronto, el dependiente comenzó a barrer la tienda como todos los días arrastrando al tornillo involuntariamente a la tras tienda, cual fue su sorpresa, allí conoció a una tuerca coqueta que lo cautivó, frotó sus ojos desesperadamente logrando sacar de ellos lágrimas, quería comprobar que no se trataba de un sueño.
A la mañana siguiente amaneció bajo el ticket de algún cliente despistado, el cual le había servido de cobijo durante la noche, de pronto, el dependiente comenzó a barrer la tienda como todos los días arrastrando al tornillo involuntariamente a la tras tienda, cual fue su sorpresa, allí conoció a una tuerca coqueta que lo cautivó, frotó sus ojos desesperadamente logrando sacar de ellos lágrimas, quería comprobar que no se trataba de un sueño.
Con el tiempo se hicieron grandes amigos y decidieron vagar juntos por los rincones de la ferretería, poco después, se casaron formando así su propia familia, el tornillo fue enroscándose y moldeándose a las necesidades de la tuerca, fue mejorando por ella, creciendo por ella, confiando en ella, dependiendo en gran medida de ella.
En su interior, el tornillo sabía que sin aquella tuerca gran parte del sentido de su vida se desvanecería, ella era un gran motivo para seguir adelante, era una ilusión para despertar cada mañana, ella segregaba amor dentro de su interior con la posibilidad directa de recibirlo de alguna forma. El tiempo pasaba dejando ver al tornillo la pasividad de la tuerca ante el esfuerzo del tornillo por darle su amor, tal vez el tiempo, los años de convivencia, la rutina o la monotonía hacían que la pasividad de la tuerca disminuyera el entusiasmo del tornillo por demostrarle que la quería. El tornillo se estaba cansando de esforzarse por expresarle sus sentimientos, sentía que la tuerca no lo apreciaba.
Ambos se negaban la posibilidad de engrasar las ranuras por las que fluía su amor, los dos estaban rechazando la posibilidad de sentirse serenos, felices y por consiguiente, se estaban negando la posibilidad de expresarlo físicamente.
Ambos mantenían esos sentimientos oprimidos, flotando en su egoísmo, en su necedad, en su idea de pasividad.
Ambos dejaban correr el tiempo desperdiciando la oportunidad de amarse, de hacerse felices, un tiempo que no recuperarían jamás y que tal vez algún día necesitarían.
El tornillo estaba decepcionado, aburrido, cansado de que la tuerca se negara a recibir su amor, primero opto por la salida más fácil, la de abandonarse a la suerte del destino, pensó que la forma de vencer la pasividad de la tuerca era pasando de ella, estuvieron bastante tiempo reprimiendo los sentimientos que sentían el uno por el otro.
A menudo el tornillo se preguntaba si merecía la pena vivir esa situación tan incomoda.
Un día el tornillo descubrió que no hay relación sin conflictos, aparcó la idea de la pasividad de la tuerca hacia su cariño y decidió enfrentar estos conflictos pensando ¿ qué era lo que a él le pasaba con la tuerca?, tuvo muy claro que la reacción de hablarle de sus defectos solo provocaba la reacción negativa de la tuerca, una reacción que se negaba a escuchar las necesidades del tornillo.
A partir de ahí se planteó un juego muy divertido, el juego de escuchar al revés, cuando la tuerca escuchaba lo que el tornillo le decía y le mostraba que no se había enterado, el tornillo lo interpretaba al revés, pensaba que el no se había explicado bien y por eso no lo entendía la tuerca, entonces lo intentaba de nuevo por activa y por pasiva hasta que la tuerca lo recibía. Cuando la tuerca le negaba un beso o un abrazo, el tornillo lo interpretaba como que él era demasiado empalagoso y se decía a si mismo ¡otra vez será!
Cuando la tuerca estaba enfadada por algún motivo, el tornillo se le acercaba pensando que él había sido el culpable de su enfado e intentaba paliar su enfado mostrándole una vez más su cariño, y así sucesivamente todo lo miraba al revés.
Fue así como comprendió otro punto de vista del amor, que cuando nos enamoramos es porque amamos las coincidencias que tenemos con el otro, aquello en que nos parecemos y todo lo que compartimos, sin embargo también entendió, que eso era algo parecido y deferente al amor, cuando amamos hay que enamorarse de las diferencias, de todo eso que nos molesta, que nos disgusta, que no compartimos y que nos encantaría compartir con el otro. Entendió que para amar hay que empezar a enamorarnos poco a poco de todas esas diferencias que nos cuesta trabajo digerir.
Pero ante todo descubrió que lo mas importante para él era el bienestar y la felicidad de la tuerca, solo así él estaría regocijándose en su propio bienestar y felicidad, no miro lo que tuvo que sacrificar para conseguirlo, no miro a todos los principios que tuvo que renunciar, solo miro el resultado, aunque se moldeó a las necesidades de la tuerca desestimando las suyas, era feliz porque ella lo era también.
El precio de las decisiones que tomamos lo ponemos nosotros, nosotros decidimos si nos vale la pena pagar por la recompensa aunque la cantidad sea exagerada. Siempre podemos dar más, pero solo damos lo que queremos, la vida no es cumplir metas prefijadas, cada cual “utiliza los pañales que mejor le van” a pesar que la marca dodot sean los aconsejados.
Todos somos vulnerables, pero eso no significa que seamos frágiles ni cobardes.
Hay que tomarse la vida como una carrera en la que tenemos que transportar amor, si logramos llegar a la meta con todo el amor posible, habremos vencido, por eso no hay que olvidar que el amor vive en nosotros y que hay que renovarlo diariamente para recibir el doble del que teníamos.
Y colorin colorado……….es mejor cambiar de vez en cuando el sueño que queremos, antes de descubrir que lo que deseamos, jamás podremos encontrarlo.
Un hermoso cuento que te lleva a la reflexión y a comprender que todos tenemos diferencias, que nos une lo que nos hace afines, pero que solo podremos consolidar el amor en la medida que lleguemos a comprender, respetar y amar esas diferencias, que hacen de nuestra pareja un ser especialmente diferente.
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